LA BATALLA NAVAL DE LEPANTO (BARLOVENTO)

Algunos autores han querido ver una relación directa entre la implantación de la fiesta de la Batalla de Lepanto en Barlovento y el hecho de que el capitán palmero Francisco Díaz Pimienta (†1610), quien fuera piloto de la armada de don Juan de Austria en la Batalla de Lepanto, ejerciera posteriormente como maestre de campo de la compañía de milicias populares de este lugar. A esta interpretación se suma otra no menos importante: la patrona de Barlovento es la Virgen del Rosario, advocación mariana directamente relacionada con Lepanto.

El 7 de octubre de 1571, los turcos perdieron en el golfo de Lepanto (en la Grecia actual) 224 bajeles (de los que 130 quedaron en poder de la Santa Liga, mientras unos 90 naufragaron). Sólo 40 lograron huir. Perecieron 25.000 otomanos, entre ellos su general, Alí Bajá, quedando cautivos 5.000. De la armada cristiana se malograron 15 bajeles y 8.000 hombres; de ellos 2.000 eran españoles, 800 pontificios y los restantes venecianos. A cambio lograron la libertad de 12.000 cristianos que los turcos llevaban como remeros en sus galeras

La fiesta: la Batalla de Lepanto
Los preparativos de la fiesta de la Batalla de Lepanto comienzan varios meses antes con la confección de las vestimentas de las dos armadas y la fabricación de los barcos y el castillo. Al referirse a ella, los vecinos no hablan de moros y cristianos, ni de la Batalla de Lepanto; en su lugar, simplemente dicen: «Este año toca el barco». En las vísperas se realiza el traslado de los elementos de la improvisada fortaleza de estilo musulmán, elaborada con palos de monte y papel, en la que se pintan alegóricas cúpulas, ventanas y murallas de «piedra morisca». Con todo el marco de la representación preparado, la guardia turca del castillo pasea lentamente, vigilando cualquier incursión que por mar se apresure.
A más de quinientos metros sobre el nivel del mar y en un llano, otrora destinado a cultivos de medianías, comienzan a divisarse los velámenes blancos y estandartes de la Santa Liga al mando de don Juan de Austria. Mientras, aumenta el nerviosismo de los soldados, guardas y mandos de la fortaleza musulmana.
Entre el castillo turco y la nave capitana —la Real— de la cristiandad se establece un parlamento de autor desconocido que se repite en cada edición.
El diálogo empieza con dos versos, con un comienzo y un final idénticos. Siguen otros dos versos: dos preguntas con las respectivas respuestas del Barco y el Castillo.
La obra recuerda la loa a la Virgen de las Nieves El Castillo y la Nave del año 1765 de autor anónimo y otra también dedicada a la Virgen de las Nieves, La Nave, del palmero Juan Bautista Poggio Monteverde (1632-1707), a quien Viera y Clavijo apellidó en sus Noticias para la historia de Canarias el Calderón canario.
El parlamento no llega a un entendimiento entre ambos bandos. Se desencadena la batalla. En ese momento, las artillerías de la Nave y el Castillo comienzan a escupir pólvora y metralla, simulada por grandes bolsas de papel cargadas de arena, tierra cernida y explosivos.

Entre toda esta confusión y ante los gritos continuos de la marinería cristiana de «¡Viva la Virgen María!», por la retaguardia del barco cristiano se acerca la armada turca con velámenes negros y rojos gritando: «¡Viva Turquía!».
La flota otomana es superior en número a la de la Santa Liga. Aún así, la batalla naval culmina con el abordaje de la nave capitana otomana (la Sultana) y los lanchones que la acompañan como escolta. El Castillo musulmán sufrió el último y definitivo asalto de la infantería de marina de don Juan de Austria. Los turcos «yacen heridos y maltrechos» entre los matorrales y las ruinas de la fortaleza. Queda la toma oficial del Castillo musulmán. Arrían la enseña roja con la media luna y se iza la bandera española a los sones del himno nacional.
En Barlovento, con el asalto cristiano al Castillo y lucha cuerpo a cuerpo termina el poderío musulmán de casi un siglo en el Mediterráneo. Pero, en este caso, se sustituyen las aguas mediterráneas por el bravío océano Atlántico, que se dibuja a lo lejos en el horizonte, representándose La Batalla en las medianías de la isla.

Mientras, la Virgen del Rosario, con su manto azul empolvado por el fragor de la batalla, contempla la escena junto al público en el otro margen del barranco.
Comienza, a continuación, el desfile de las tropas por las calles del pueblo en dirección a la iglesia. Lo preside don Juan de Austria, y sus hombres marchan con paso marcial al ritmo que marca la banda de música. Detrás, la maltrecha y herida marinería turca que, sin guardar el paso, va encadenada y cabizbaja precedida por Alí Bajá (aunque este, según la historia, pereciera en el combate naval).
Tradicionalmente, el papel de los cristianos ha sido representado por hombres mayores que ya habían cumplido el servicio militar y, por tanto, supieran marcar el paso de desfile. Por el contrario, este requisito no se exige a los turcos, que suelen ser jóvenes que aún no han alcanzado la edad militar.
La marcha de los vencedores por las calles con los moros cautivos y encadenados es uno de los momentos de algarabía y vítores por la chiquillería y los grandes.
Cristianos y moros rinden pleitesía a la Virgen, que aguarda en el atrio de la iglesia. Tras una tácita conversión de los musulmanes al catolicismo, ambas tropas acompañan a la imagen en la procesión después de una misa solemne. En la edición de 1997 se recuperaron dos loas a la Virgen que se representan a la salida del paso procesional, teniendo como escenario el barco de la Virgen, en este caso, la real. La Virgen del Rosario continúa, acompañada por el clero, autoridades locales e insulares y un pueblo respetuoso, haciendo un último alto para ver los fuegos. Miles de voladores siembran de fiesta el cielo. Luz, sonido, música, devoción y emociones contenidas.
Ahora, La Batalla es ya recuerdo vivo para años venideros.